lunes, 12 de octubre de 2009

Los exiliados de la Plaza de San Diego


Esa tarde contó con suerte. Mientras llegaban los demás propietarios del suelo, los artesanos presentes permitieron que el muchacho extendiera su bollo aterciopelado con aretes, manillas, atrapa sueños y pulseras, en una de las paredes desnudas del pozo que a las seis en punto se tiñe de colores y nácar, como una traviesa perla que flota en medio de los tres "mares" de un Juan de pantalones apretados.

Simón sentía alivio. Ese martes tendría un jornal pacífico y recompensado si acaso a las autoridades no se le daba por revisar los permisos que deben portar los artesanos para permanecer en cualquier andén del Centro Histórico. El chico tiene 18 años. La edad no lo iguala a los vendedores oficiales de la Plaza de San Diego. Para ello necesitaría 10 años de permanencia en un sitio, como lo exige el procedimiento por el que han pasado decenas de artesanos, a cambio de la Confianza Legítima distrital que por 60 mil pesos lo autorizaría como comerciante informal en ese pedacito de espacio público.

Se iban las cinco y la plaza del Tango Feroz comenzaba a llenarse de guitarras, universitarios y locas, sin traerle a Simón la primera venta del día. El progreso de la penumbra acompañaba el escándalo de unos chicos en el muro que da la espalda al hotel Santa Clara, que no quitaban sus miradas de la entrepierna de alguien parecido a Lorenzo Lamas, aún cuando sus partes estaban cubiertas de un delantal blanco, pantalones cortos y una cuello en V ajustada que enseñaba sus pechos y sus brazos bronceados en el negocio de la esquina de la calle del Torno, justo en frente del puesto concedido a Simón.

El chico se distrajo al componer unos collares en el terciopelo agujerado que colgó en esa parte del pozo descuidando la bicicleta que estaría detrás de él acompañándolo en sus noches de fuga. Cuando quiso voltear se encontró con la cremallera de cobre desprovista de delantal, unas piernas tonificadas y un Juan del Mar curioso que admiraba sus creaciones artísticas.

Los flashes tímidos que apuntaron a Juan en los siguientes segundos bastaron para generar miradas hacia el puesto de Simón. Minutos después de la desaparición del que lenguas picantes señalarían como el "patrón" en la Plaza sandiegana, por el emporio gastronómico que tiene en sus mares, ya el muchacho había hecho treinta mil pesos con la venta de un rosario a una pareja de argentinos. Y con ello vendría el exilio.

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Ser un artesano exitoso es cuestión de tacto. Depende de la calidad del trabajo y de los materiales, pero también del “marrano”, como se le dice en el argot costeño a las personas que desconocen determinados productos y que están dispuestas a pagar cualquier precio. Recuerde. Alguna vez en su vida usted ha sido "marrano" de algún artesano o de algún comerciante informal. Yo lo fui una vez de Starling Leever Hooker, un artista plástico y diseñador gráfico de la Escuela de Bellas Artes de Cartagena y estudiante de administración naviera y portuaria, que un día cualquiera descubrió la oportunidad en el negocio artesanal y decidió dedicarse a ello.

“Esto es lo que me gusta” dice el sanandresano de 25 años asegurando, con una gran sonrisa, que en un día malo se puede hacer como mínimo 15 mil pesos, poco menos que lo que gana alguien con el salario mínimo promediado a un mes; y en uno de esos días buenos, que asegura son muchos, puede vender hasta 200 mil pesos en chalinas guatemaltecas, aretes oxidados, trenzas, joyas y artesanías de Tuchín, Córdoba, entre otra cantidad de artilugios del Rastafarismo.

Starling, que se asienta desde la mañana adyacente a la Universidad de Cartagena, pertenece, como los artesanos del pozo nacarado de san Diego, a la Asociación de Artesanos de Cartagena -Asoarca- en la que paga cinco mil pesos mensuales para que no pierda vigencia su escarapela de confianza legítima del Distrito.

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A las siete en punto las cajas de vino tinto comienzan a perderse con la tierra, las colillas de cigarro, y las botellas abandonadas en las zonas verdes de la Plaza. A esa hora hasta el piso tiene sus dueños. La juventud se esparce a la entrada de Bellas Artes, en los muros y en los andenes que bordean este sitio de culto a la tertulia libre y a las copas compartidas. A esa hora el baño de mujeres en aquella tienda usurera de la esquina ya no tiene más papel, y la mujer canosa que barre en horarios intermitentes comienza su faena con los desechos de los fanáticos del clon de Lorenzo Lamas y de cualquier muchachito simpático que se atraviese, como si su mutismo bastara para ahuyentarles. Aquella escoba inquisidora, que no gusta de nadie, advertía también el final de la tranquilidad y de las ventas de Simón.

“Allá viene la dueña del puesto jovencito”, le indicó al artesano que ya comenzaba a acomodarse en la porción del pozo que le pertenecía a la otra por su presunta permanencia. Los artesanos de la perla entre los mares del Juan de pantalones apretados permanecerían allí hasta el último movimiento de sus visitantes. Mientras tanto los otros, artesanos exiliados de cualquier espacio público fijo, pasan sus días entre caminatas bajo el sol y asentamientos temporales con la zozobra de que en cualquier descuido sus mercancías sean decomisadas, y lo único que les quede sea el mantra esperanzador "Dios proveerá".

La noche es larga para Simón y su bicicleta.

1 comentario:

pabloec20 dijo...

La Malapalabra Cuesta y el rebusque también, genial esa cronica de la problematica del centro de la ciudad que representa para muchos la vida, yo me rebusco por acá e-begging un votico por mi foto que he subido a fototalentos de este año y le esta yendo como bien, por si acaso aqui esta el link ;)

http://www.fototalentos.com/ES/verfoto/Alicia-Pais-Financiero